Comentario
Poco tiempo estará la ciudad de Córdoba en manos de los godos. Su derrota en la batalla de Guadalete, en el año 711, cambiará el futuro de la ciudad, que es tomada al asalto por un conjunto de tropas del califa de Damasco, cuya cabeza de mando es Mugith ar-Rumí. Según la leyenda, Mugith inició la conquista de Córdoba cruzando el Guadalquivir durante una noche de fuerte aguacero, penetrando en la ciudad por la zona meridional de la muralla, que estaba deteriorada. Lograron escapar unos quinientos defensores cristianos, entre ellos el gobernador de la ciudad, quienes se refugiaron en la iglesia de San Acisclo. El templo fue sitiado durante tres meses, en los que el gobernador logró escapar y el resto de los asediados se entregó, siendo decapitados.
La conquista de los musulmanes supuso uno de los capítulos más importantes de la transformación de Córdoba. Durante el emirato, que va desde el siglo VIII al X, gobiernan la ciudad y su territorio Abd al-Rahman I, Al-Hakam I y Abd al-Rahman II, entre otros, aunque será en el siglo X, con Abd al-Rahman III, cuando alcance su mayor esplendor. En una tercera etapa, denominada fitna, comienza a reinar la anarquía y el deterioro político consume lentamente a la ciudad, ya que el Estado se descompone en pequeños principados, incapaces de hacer frente a la amenaza de los reinos cristianos del norte peninsular.
Durante las primeras etapas de la dominación árabe de la península ibérica, la antigua ciudad romana de Corduba se convierte en el auténtico epicentro de la vida económica, política y cultural de al-Andalus, extendiendo su influjo a buena parte de Europa y del mundo islámico. En el siglo X, Córdoba es la ciudad más poblada de Occidente, en competencia con las orientales Constantinopla, Bagdad y Damasco. Algunos cronistas dan una cifra de un millón de habitantes para la época de Almanzor, lo que parece exagerado. Sí se admite, en cambio, una cantidad de población superior a los 250.000 habitantes.
La medina cordobesa contaba con un alcázar, la mezquita mayor y una amplia zona comercial. A su alrededor se ubicaban los barrios, generalmente organizados por sectores de actividad. En total, se estima que la ciudad en esta época debió de extenderse 24 km de este a oeste y 6 de norte a sur.
Un apreciable aunque discutido censo de finales del siglo X detalla la existencia de 60.300 viviendas ocupadas por grandes dignatarios, 213.077 habitadas por el resto de la población y 80.455 dedicadas al comercio y artesanado, sin contar con las numerosas fondas que una ciudad como ésta debió albergar.
Pero sin duda el epicentro de la vida cordobesa debió ser su Gran Mezquita, iniciada por Abd al-Rahman I entre 785 y 786 y ampliada y magnificada por sus sucesores. Abd al-Rahman II restaura y construye puentes, caminos, murallas y fortalezas. El gran califa omeya, Abd al-Rahman III, necesitado de un entorno de esplendor con el que competir con los soberanos orientales, manda edificar la ciudad regia de Madinat az-Zahra y el alminar de la mezquita de Córdoba.
Veintiún barrios, cada uno con su mezquita, mercado y baños, componen el tejido urbano de la Córdoba omeya. Siete puertas la conectan con ciudades como Zaragoza, Sevilla, Algeciras, Toledo, Badajoz o Talavera. Son numerosos los puentes que cruzan el gran río Guadalquivir. Los jardines brotan por todos lados.
Por si fuera poco, Córdoba es una de las capitales intelectuales del mundo islámico. Con Abd al-Rahman III florecen las artes, las ciencias, la literatura y la filosofía. De esta época son personajes como los filósofos Ibn Masarra e Ibn Hazm, poetas como Ibn Zaydun y Ibn Suhayd; médicos, astrólogos, historiadores..., la mayoría son de origen hispanomusulmán. La hermosura de la Córdoba omeya sin duda debió ser proverbial, extendiéndose su fama por Oriente y Occidente. Ibn Suhayd, antes citado, escribirá unos amargos versos sobre el final de la Córdoba omeya:
"Juro por vida de la juventud que ella es una anciana decrépita, pero en mi corazón tiene la imagen de una joven atractiva".
Pero por encima de estos nombres sobresalen los de Averroes y Maimónides, figuras señeras de la cultura universal. Es ésta la época relumbrante, acaso mítica, de las tres culturas: la cristiana, la hebrea y la musulmana.
El esplendor de Córdoba comenzó a declinar durante el califato de Hisham II, un gobernante incapaz, quien dejó el poder en manos de Almanzor. Éste, gran caudillo militar, mantuvo en jaque a los reinos cristianos peninsulares, que desde hacía tiempo venían presionando sobre el territorio musulmán. También Almanzor se ocupó de efectuar la última ampliación de la Mezquita, de decoración menos suntuosa que las precedentes. A su muerte comienza la desintegración del califato, que se consume en luchas intestinas y revueltas palaciegas hasta que finalmente, en el año 1013, deja de existir. Muy poco antes, en el año 1010, la, en otro tiempo, esplendorosa Madinat al-Zahra es incendiada y saqueada, comenzando un expolio que hará que muchas de sus piedras acaben en los palacios cordobeses que se construirán con posterioridad.
La desaparición del poder central favorece la fragmentación del Al-Andalus, el territorio ibérico bajo control musulmán, que se divide en numerosos reinos y gobernaciones, llamados taifas. La división de los hispano-musulmanes es también su debilidad, lo que facilita el avance cristiano. Durante los siglos XI y XII, Córdoba será una taifa más. En la época del rey-poeta al-Mutamid caerá en poder de Sevilla, arrastrando desde entonces una decadencia irremediable hasta que su último reyezuelo, Ibn Hud, pierda la ciudad a manos de Fernando III el Santo. Comienza entonces una nueva etapa para la ciudad, el periodo cristiano.